Testimonio de un exalumno de la primera promoción (1970)

En el andar diario, me acompaña siempre la Virgen María del Perpetuo Socorro, pero ese acompañamiento no es nuevo, desde mi niñez, desde el seno de mi hogar, en la oración diaria familiar hacia ella, mi madre nos hablaba con entusiasmo sobre las virtudes de ese icono santo.

                Sin embargo, fue al ingresar al Instituto San Alfonso, donde descubrí todos los detalles que muestra ese pequeño, pero profundo retrato, y si de antes sentía devoción por la Virgen, el saber, el acercamiento continúo a ella, sirvió para mi formación espiritual. Ese conocimiento estuvo guiado por mi confesor el Reverendo Padre Andrés Santiago Ibáñez, quien siempre me brindaba ejemplos de la vida mariana.

                El paso de los años afianzó, fortaleció e incrementó mi devoción hacia María del Perpetuo Socorro. Al regresar a Roma, conocí la Iglesia central de los Sacerdotes Redentoristas, participando junto a otros laicos en las actividades misioneras llevando siempre de estandarte el nombre del Perpetuo Socorro.

                Lo mismo, pero quizás sin la intensidad anterior sigo en Madrid, participando de culto y actividades del Perpetuo Socorro. 

                El Perpetuo Socorro no sólo nos da la identidad, sino también, nuestra personalidad. La Madre del Perpetuo Socorro ha sido un regalo de la Iglesia que nos orienta hacia una experiencia concreta del amor y la ternura de Dios manifestado en este sagrado Icono.

Para finalizar digo: “Perpetuo Socorro, Icono de Amor, ruega por nosotros”.

Alfredo Oscar Nazario Debes

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